Te me apareces como un fantasma. Inesperado y en mitad de la noche. Y cuando vuelves a encontrar un resquicio en mi cerebro y sales de nuevo, es prácticamente imposible empujarte otra vez al cajón de los recuerdos olvidados.
Y vuelven los días en que te pienso a todas horas. De nuevo, el tenerte grabado a fuego en el cerebro. La tristeza ha durado tanto tiempo que ya me conozco así. Me puedo ver desde fuera con la mirada perdida, el semblante serio y el pasado fluyendo. Cientos de escenas recorren mis ojos, una detrás de otra, sin posibilidad de frenarlas.
Se me revuelve el estómago al pensar en lo que éramos, en todo lo que fuimos y en todo lo que íbamos a ser. Se me enrojecen las mejillas de rabia al darme cuenta de que nunca va a pasar, de que el tiempo corre y que carece de todo sentido que siga reviviendo los mismos momentos una y otra vez, cuando está bien claro que no se darán las circunstancias para hacer como que todo esto nunca pasó.
Me oprime la garganta todo lo que quedó sin resolver, roto, inacabado. Y de golpe se viene también recuerdos de todo lo malo, el dolor, el tiempo de luto.
El luto que me convenzo en pensar que ya está más que superado, y en el fondo, se que miento, conteniendo el dolor y la pena venidos a menos, pero que aún están agazapados y macerándose para hacer erupción en cualquier momento.
Lo más triste de todo es saber que esto será asi para siempre. Que hay heridas que no se cicatrizan y que sólo se aguantan con un parche para poder seguir haciendo cómo que el tiempo todo lo cura. No sé si me da más pena pensar que nunca volveré a enamorarme así, o que te necesito dando vueltas en mi cabeza, porque revivir el tiempo que estuvimos juntos (a pesar de lo que duele) es la única forma de poder sentir por un segundo que de verdad, conectaba con alguien.