Incluso cuando llevas unas ojeras más grandes que tu propia cara porque has estado despierta desde las 6 de la mañana, llevando de un lado a otro mil toneladas en el bolso, y has estado más de 10 horas de museos, trayectos en coche y paseos en metro.
Aunque se me haya caido el maquillaje a cachos, tenga los ojos llorosos por el viento helado de la calle, llevé el pelo recogido en una coleta desastrosa por culpa de las prisas y vista un abrigo de plumas que me hace parecer 3 tallas más grande…
Aún así, hay cosas que te alegran el día. Entonces es cuando los pequeños gestos, sorprendentes e inesperados, se convierten en el mejor antídoto.
Un café. Tan simple como eso.
Hoy no sólo me han dado mi dosis diaria de cafeina, también me han regalado un vaso de cartón con tapa roja lleno de esperanza y autoestima, de sonrisas. Eso sí, como siempre, con leche desnatada y sacarina.