
Un sacerdote decapitado en 270 D.C porque se saltaba la prohibición del emperador de casar a los soldados. Una festividad pagana de pastores en homenaje a Fauno Luperco. Un día exaltado por los comercios para pasar el bache entre las navidades y la llegada de la nueva temporada….
Por incierto e indocumentado, hay un origen de San Valentín para todos los gustos.
Desde hace días (casi semanas, en realidad) las floristerias tienen millones de ramos de rosas rojas, las pastelerías hacen todo tipo de postres imaginables en forma de corazón, las papelerías se llenan de tarjetas de color rosa con mensajes llenos de amor, los supermercados te recuerdan lo importante que es hacer una cena para tu “other half”.
TODO (y cuando digo todo, es todo) está lleno de corazones, cupidos, purpurina y color rosa. Por todas partes. Everywhere.
Por sorprendente que parezca, los ingleses se toman esto del 14 de febrero muy en serio, y corren desquiciados de un lado para otro con millones de paquetes y bolsas, como si de unas segundas navidades se tratase.
Simplemente, no entiendo esta fiebre absurda que la da a los ingleses por San Valentín. Me saca un poco de quicio. No le veo el sentido a que se tomen tantas molestias en demostrar su amor de forma tan evidente hoy, cuando el resto del tiempo son tan fríos e insensibles.
¿Será este circo una forma de compensar la falta de sentimiento de los otros 364 días?
No tengo nada en contra de las relaciones, el amor ni en la demostración pública del mismo. Que quede claro que esto no es un discurso venenoso sobre lo estúpido del románticismo, los detalles y los momentos especiales con otra persona. Ni mucho menos. No tendría sentido viniendo de una persona como yo, que reflexiona continuamente sobre el tema y es defensora de la vida en pareja.
Por eso encuentro un poco irritante e hipócrita el día de San Valentín. La idealización de una sola persona especial para toda la vida. Del supuesto amor verdadero que llega por arte de magia, y no como una relación que se construye a base de errores, aciertos, esfuerzos y gratificaciones. No termino de entender como se puede demostrar “tanto amor” un único día al año.
Por contradictorio que suene (como si fuera algo nuevo), me considero una romántica-escéptica. Una soñadora de finales felices con los pies en la tierra.
Un tipo de persona que no cree que San Valentín sea el momento cumbre del calendario, pero que se derrite con una cena para dos con velas y buen vino cualquier otra noche del año. Alguien que no necesita corazones de peluche ni ramos de flores el 14 de febrero, pero que es feliz compartiendo un baño de burbujas a cualquier hora.
Románticos- escépticos son aquellos que defienden lo positivo de estar en pareja, la complicidad, el conocer los gustos, los tiempos y necesidades de la otra persona; pero saben que no hay “medias naranjas”.
Es una persona que sabe que los miembros de una pareja deben ser entes completos en sí mismos y no mitades de nada que vagan por el mundo desorientados.
Un romátinco-escéptico entiende que cada uno debe tener sus particularidades, su independencia, sus manías y sus preferencias. Se esfuerza por no perpetuar esa idea absurda de que dos personas se complementan para formar algo bueno.
Es comprender que la suma de las dos partes no hacen un total, si no que la suma de dos totales hacen un total aún mejor.